viernes, 17 de octubre de 2008

jueves, 16 de octubre de 2008

sábado, 27 de septiembre de 2008

jueves, 25 de septiembre de 2008

(CRONICA) EL HINCHA FANTASMA DEL COLO COLO

(bajada)
Era la final de la Copa Libertadores de América de 1991. Olimpia de Paraguay contra Colo Colo de Chile. En el Estadio Nacional de este país, un hincha entró en el campo de juego y corrió hacia los jugadores del equipo local mientras éstos posaban para la fotografía oficial. Llegó, sonrió y después nadie supo de él: tenía el rostro cubierto. Esa noche el Colo Colo ganó aquel campeonato por única vez y los aficionados empezaron a atribuirlo a la milagrosa aparición de ese niño. ¿Era un fantasma? Un reportero va en su búsqueda y se pregunta en qué consiste el misterio de ser un hincha


una crónica de luis miranda valderrama

(texto)
Se acaba de arrojar y ya se convirtió en una leyenda. En una de las fotografías más extrañas del fútbol chileno, hay un aficionado anónimo que tiene los ojos bien abiertos, el cuerpo semirrecostado y la cara cubierta de colores. Es el miércoles 5 de junio de 1991, una noche muy fría en el Estadio Monumental, en Santiago de Chile, y en las tribunas hay unas sesenta mil personas. El muchacho está en el centro del campo, los orificios de la nariz bien abiertos y la boca que parece aspirar una bocanada de aire a causa del esfuerzo por llegar a la escena. Detrás de él posan abrazados los once jugadores del Colo Colo que, noventa minutos después, habrán ganado por primera vez la Copa Libertadores de América. Están tensos. Ninguno sonríe para la posteridad. La felicidad del niño brilla en medio de ese cuadro sombrío, como si hubiera calculado su jugada maestra con semanas de anticipación. Adelante hay unos treinta fotógrafos y camarógrafos que ni siquiera han advertido la presencia del intruso y capturan las imágenes en los seis segundos que dura ese instante oficial: el equipo posando antes de la batalla. Pero allí también está ese niño, que ha tenido que evadir quién sabe a cuántos policías, barreras y controles antes de aterrizar en esa fotografía. Los hinchas que esa noche lo vieron por la televisión debieron de morirse de envidia y de admiración. Era el único aficionado en el campo y, por el gesto en su cara, parecía el muchacho más feliz del planeta.

Al día siguiente, su rostro semioculto como el de un superhéroe anónimo fue parte del póster oficial del equipo campeón de la Copa Libertadores de América. La imagen circuló por todo Chile. Millones de chilenos celebraron ese campeonato continental, el primero que obtenía un equipo de su país. También se preguntaban por ese muchacho de la fotografía. Un programa de televisión hasta intentó buscarlo, pero no tuvo éxito. ¿Quién era El hincha fantasma?

El fotógrafo deportivo José Alvújar no llegaba a los treinta años cuando fue a cubrir ese partido que él considera la primera gran historia de su carrera. «Lo que me acuerdo con claridad es que hacía bastante rato que el pendejo andaba en la cancha, y lo único que rogábamos los fotógrafos era que él no llegara a la foto», dice dieciséis años después de aquel partido. Ahora lleva el pelo largo, una barba canosa y es uno de los mejores fotógrafos deportivos de Chile. Esa noche lo acompañaba un grupo de experimentados camaradas. El joven Alvújar tenía una misión particular: obtener la imagen del gol de Colo Colo, el equipo local. Pero antes del juego, corrió al centro del campo para sacar la fotografía oficial: la oncena titular de ese equipo. Los jugadores comenzaban a formarse cuando él notó que un niño corría hacia el cuadro. «Siempre he dicho que la foto tiene su momento y por ese motivo uno obtiene lo que el lente puede captar –dice Alvújar–. No hubo tiempo para detener nada. En ese momento pensé que lo que hacía ese muchacho era una coordinación perfecta para cagarnos la foto. El registro se iba a ensuciar con ese niño. Y en mi cabeza lo único que se repetía mientras disparaba era: un estorbo, un estorbo, un estorbo».

Cuando la pose protocolar del Colo Colo concluyó, faltaban dos minutos para que comenzara el partido de fútbol más importante de la historia de Chile (ningún equipo del país ha vuelto a ganar la Copa Libertadores de América). Los fotógrafos tenían la imagen oficial. Los jugadores se dispersaron por el campo de juego. Al muchacho lo capturó un policía. Y nadie supo de él. Su rostro nunca volvió a verse en el Estadio Monumental. Tampoco él apareció para decir, sí, yo fui El hincha fantasma. O como dicen algunos: El jugador número doce en esa fotografía.


***

Marcelo Bueno es un hombre gordo, calvo, usa unos anteojos oscuros y hoy viste una camiseta idéntica a la que el Colo Colo llevó en aquel partido de principios de los años noventa. Es bastante conocido en el Estadio Monumental porque los siete días de la semana vende fotografías y chucherías. Los jugadores lo saludan, los hinchas lo conocen y los funcionarios lo ubican a la perfección. Le dicen El Toby. Hoy es un sábado de junio del 2007, día de entrenamiento en el estadio. Los campos están repletos de niños y adolescentes que practican el fútbol en las divisiones inferiores del club. El pasillo de tierra que comunica las canchas está lleno de mujeres y hombres con cámaras fotográficas, quienes ven y analizan los progresos de sus hijos. Por allí está El Toby, que dice conocer cualquier cosa que «huela» a Colo Colo. Su sabiduría está basada en los más de diez años que lleva vendiendo cosas dentro y fuera del Monumental. Cualquier pregunta es útil para demostrarlo.

–¿El loquito de la foto? –dice al conversar con uno de sus clientes–. Ese cabro murió, compadre. Dicen que lo mataron. Era malandra y murió en su ley, por lo que cuentan.

El Toby recuerda que la noche del partido estuvo en el estadio (entonces era un adolescente), y observó que aquel muchacho rondaba cerca del equipo. Pero luego no vio más.
–De ese loquito nunca se supo mucho. Desde ese día nadie más lo vio en el estadio. ¿Quién va a saber el nombre?

El cliente que lo escucha es un hombre maduro que observa jugar a su hijo. Le ha comprado a El Toby una fotografía del equipo titular del 2007, y ahora dice que El hincha fantasma fue un jugador de fútbol de las divisiones inferiores del club. Una especie de pasapelotas que no se aguantó las ganas de estar donde no debía.

El Toby recuerda el itinerario de ese misterioso hincha. Dice que salió de un costado del campo, aunque no se trataba de alguien conocido, como esas personas que solían pulular por allí. «Ese loco no era de la barra», añade. «Debió saltar la reja o se pasó por debajo, pero sabía lo que hacía. Yo llegué como a las cuatro de la tarde y el partido fue a las nueve de la noche. Ningún otro loco se metió a la cancha por las medidas de seguridad que había. Por eso cuando se sacó la foto y llegó corriendo y se deslizó, el loco se hizo famoso». Lo curioso, agrega, es que después de su hazaña ese muchacho nunca más apareció en el estadio ni en la barra ni en ninguna otra parte. «Si todos queríamos conocerlo –dice El Toby–. Fue raro, pudo haber sido un símbolo y terminó siendo un cabro que nadie conoció».

Ese misterio ronda en Pedreros, como también se le conoce al estadio de Colo Colo, y en los hinchas que en cada aniversario de la Copa Libertadores de 1991 contemplan la imagen de El hincha fantasma. ¿Quien fue? ¿Por qué desapareció sin dejar huellas? Mario Santana es un miembro antiguo de la Garra Blanca, la barra brava de Colo Colo, y asegura que ese niño no pertenecía a su grupo. Santana se considera una especie de historiador del equipo, y con esa autoridad califica al muchacho de «personaje legendario». «Todos quisimos ser él esa noche», dice mientras observa un partido de juveniles en uno de los campos de pasto del estadio. «Sería un honor conocerlo y darle un abrazo y decirle que ésta es su casa. Que nunca debió desaparecer». Para muchos, El hincha fantasma es como un héroe que se arrepintió de serlo.

En un campo cercano, un grupo de seguidores observa el entrenamiento del primer equipo de Colo Colo. Al día siguiente, domingo, se enfrentará con la Universidad Católica, uno de los equipos más fuertes de la liga de Chile. El Toby llega hasta allí, ofrece sus productos y, aún motivado por la conversación anterior, pregunta:
–¿Alguno se acuerda del pendejo que salió con el equipo campeón de la Libertadores del 91? ¿Cómo se llama?
–¿El loco de la foto? Ni idea. Quién va a saber, si nunca más se supo de ese cabro –responde un hombre de barba y pelo largo.
–Yo supe por ahí que murió –dice El Toby.
–Ese huacho nunca existió, compadre –interrumpe un hincha calvo y de anteojos.
–Cuida la boca, feo. Ése es un prócer –responde alguien desde atrás.
–Pero si una vez salió en una entrevista que había sido José Luis Villanueva, ese atacante que jugó en Racing de Avellaneda.
–Pero si Villanueva es más rubio que la cresta. Y el cabro de la foto es moreno, pelo duro, de pobla. Están inventando, huevón.
–Alguien me dijo que era un flaite de la «U» que vio la luz y pagó sus pecados entrando a la cancha sagrada del Monumental.

Los hombres se ríen. Algunos lanzan el grito de guerra del Colo Colo. Los demás vuelven a observar el entrenamiento. Si le ganan a la Universidad Católica el domingo, el tricampeonato estará mucho más cerca. Mientras tanto, El Toby sigue vendiendo y preguntando sin suerte: ¿Quién era el loquito de la foto?


***

Dicen que el futbolista José Luis Villanueva podría ser El hincha fantasma. Ahora es un delantero de casi treinta años que juega en el Vasco da Gama, en Brasil, donde vive sus años de madurez deportiva. Su carrera es la típica de un jugador con talento y buenos contactos: empezó en la segunda división de Chile, luego pasó al Palestino, jugó por la Universidad Católica; de allí se fue al Racing Club de Argentina, al Morelia de México. Después viajó a Corea. Luego a Brasil. Pero en 1991, Villanueva apenas era un chiquillo de diez años que jugaba en las divisiones inferiores del Colo Colo. Durante la copa Libertadores de ese año, también cumplió un privilegiado papel como mascota del equipo principal. Cada vez que los once jugadores salían al campo del Monumental, Villanueva los acompañaba, orgulloso, a saludar a los hinchas. Desde ese lugar envidiado, él veía los rituales de los futbolistas, las arengas. Después, un paramédico lo devolvía a los camarines, donde su padre lo esperaba para ver el partido desde la tribuna.

Como mascota, Villanueva estuvo en la mayoría de partidos de ese campeonato en que Colo Colo jugó de local. A medida que el equipo avanzaba en el torneo, él soñaba con acompañarlo hasta la final. En sus fantasías, imaginaba cómo saldría a la cancha en el partido más importante: si de la mano de este jugador o de aquel otro; si le colocarían la camiseta del equipo o si usaría una sudadera. En el partido de vuelta de las semifinales, Colo Colo iba a enfrentar a Boca Juniors en Santiago de Chile. El padre de Villanueva llevó a su hijo a las cercanías del camarín, pero allí un guardia les cerró el paso: no podrían entrar porque el partido sería «peligroso». Así fue. Hubo una batalla campal en el campo del estadio. El Monumental estuvo a punto de ser suspendido. Las autoridades de la Confederación Sudamericana de Fútbol exigieron que, para el partido de la final, ninguna persona ajena al espectáculo se aproximara al campo. El sueño del niño Villanueva estaba apunto de hacerse humo.

Cuando esa noche llegó, la mascota del Colo Colo no estaba cerca del campo, ni en los camarines, ni siquiera en el estadio. José Luis Villanueva vio esa histórica final de su equipo en la televisión. «No fui al Monumental porque mi papá estaba de viaje», recordaría años después, desde Corea. «Sé que dicen que yo era el niño de la foto, pero esa parte de la historia está alterada. No soy ese niño, mal podría serlo si ni siquiera estuve en el estadio. Lo demás es cierto, fui la mascota de Colo Colo ese año. Fue una experiencia notable, pero habría que buscar en otro lado a ese niño». La pregunta es dónde.


***

En el afán de encontrar a El hincha fantasma, algunos se fijaron en una imagen fúnebre que hay en la entrada de los campos donde entrena el Colo Colo. Dijeron que ese 5 de junio de 1991, el muchacho de la imagen apareció y luego despareció fantasmalmente en el estadio. Era un error increíble: el monumento recordaba a una niña muerta en el 2005. Lo único cierto era que sobraban los sitios dónde buscar.

A fines de mayo del 2007, el misterio pareció de pronto resuelto. Faltaban ocho días para que los hinchas del Colo Colo celebraran el decimosexto aniversario de aquella Copa Libertadores. El periodista Aldo Schiappacasse publicó en el diario El Mercurio el artículo «El niño que se cruzó». Allí decía que El hincha fantasma se llamaba Reinaldo Sandoval, que tenía veintisiete años, que trabajaba como asistente de autobuses interurbanos y que tenía una hija de siete años. «Cuando veo que le van a sacar la foto al equipo vengo y me tiro, no más, arrastrándome. Quedé todo desordenado, algunos fotógrafos reclamaban y llegaron los guardias para agarrarme del brazo y sacarme a la tribuna Océano», explicaba el supuesto hincha en ese texto. Debía de tener once años de edad la noche del campeonato. Un año antes, contaba él, su abuela lo había internado en la Ciudad del Niño, un albergue para chicos con problemas económicos y familiares. Poco a poco él se hizo más y más hincha de Colo Colo. Conoció a la secretaria del presidente del club, y ella le regaló unas entradas para el estadio. Con el paso del tiempo, el niño se hizo conocido entre los porteros y los guardias de ese lugar. Por eso, explicaba, no le costó tanto entrar en el campo de juego. «Muy temprano me fui a la sede, donde me pintaron y me llevaron al estadio. Quedé justo en el túnel. Cuando el equipo salió a la cancha me le colé al jefe de seguridad –uno negro y alto que había en esa época– y de repente me vi al medio de todo», le dijo a ese periodista.

–Este muchacho me ubicó un día en el celular y me dijo: “Yo soy el niño que sale en la foto de la Copa Libertadores que ganó Colo Colo” –explicaría después Aldo Schipaccasse–. Luego le sugerí que nos juntáramos y más tarde le hice la entrevista. Allí me pidió plata, pero evidentemente le dije que no tenía un peso que darle.

Hoy es un domingo por la tarde en la Comuna Pudahuel, al oeste de Santiago de Chile, y Reinaldo Sandoval ha terminado de jugar un partido de fútbol de la liga amateur de la zona. Es un hombre pequeño, de piel clara y frente amplia. Lleva el cabello negro ligeramente ondulado con gel. Está duchado y bebe una cerveza mientras observa junto con unos amigos otro partido. Los equipos juegan en un campo de tierra trazado dentro de un hoyo gigante, tal como el estadio Monumental.

–Oiga, ¿y no tiene unas luquitas para pagar la cuenta del celular? –dice con una voz fuerte y algo raspada–. Supongo que el Aldo le pasó mi celular. Él me dijo que me iba a regalar una camiseta, y lo quiero llamar para que se acuerde. Si tiene unas luquitas, las que sea, por último para mi hija, que es mi sol. Ya, hablemos, qué quiere saber.

Sandoval sonríe. Su cara es triangular y su nariz fina. Se le ve tranquilo. Dice que no tiene fotografías de cuando era niño. Tampoco sabe por qué no contó antes que él fue El hincha fantasma. «Quizás porque una vez murió una persona en el estadio Monumental y me empezó a dar miedo y no volví más –explica–. Pero ahora me di cuenta de que era importante que la gente sepa que fui yo. Sé que significo mucho para los colocolinos». Dice que eso lo llena de orgullo.
Hay un incidente en el campo. Algún foul resistido o una posición adelantada inexistente. Los gritos y las rechiflas llegan de todos los costados. Sandoval sigue hablando y mueve mucho los hombros, de arriba abajo. «Yo salí cuando salió el equipo de Colo Colo, perro. Estuve muy poquito en la cancha, apenas unos segundos. Y fueron los más espectaculares que yo haya vivido. Salí a pelusear y cuando vi a los jugadores formándose y a los fotógrafos preparados, me puse a correr lo más rápido posible y me deslicé por el pasto hasta quedar justito para la foto, como se ve en los videos y en la foto. En segundos me hice famoso». Ahora se asoma a ver lo que sucede en la cancha. Se ríe del alboroto. Los jugadores, abajo, se trenzan en una discusión y el árbitro intenta separar a los dos más iracundos de cada equipo.

En el artículo de El Mercurio Sandoval contó que alguna vez quiso jugar en el Colo Colo. De niño hasta se probó en las divisiones inferiores, cuando el técnico argentino José Pekerman las tenía a su cargo. Fue en 1993. Al verlo jugar, contaba Sandoval, el entrenador quedó conforme, pero no le agradó su físico. «Me dijo que por el porte no quedaba. Así de simple». También recordó que alguna vez, en 1991, lo sacaron del albergue donde vivía y lo llevaron a visitar el estadio de Colo Colo. Fue con sus compañeros. Allí los jugadores del equipo campeón lo saludaron como al héroe que había sido.

Sandoval dice que la noche de la final de la Copa Libertadores no llevaba nada encima del rostro: ni autoadhesivos, ni cintillos, sólo la pintura que le aplicaron en la sede del club. «Fue tan rápido todo, que apenas si recuerdo lo que hice», explica mientras se alisa la camisa. «Cuando vi a los fotógrafos yo estaba lejos y me puse a correr hasta que llegué, me deslicé limpiamente y sacaron las fotos. No toqué a nadie, no tuve tiempo de nada más. No hablé con ningún jugador. Sólo hice esa aparición y quedé para la leyenda». Ahora se escuchan tres pitazos que llegan desde el campo. El árbitro acaba de finalizar el partido. La gente aplaude, algunos jugadores se dan la mano, otros se abrazan. Reinaldo Sandoval también se despide.

–Compadre, que le vaya bien. Aquí conoció al niño que se cruzó en la foto de la Libertadores del 91. A propósito, dile a Aldo que me mande la camiseta que me prometió porque si no es así, voy a ir a dejarle la grande, ¿no crees, huevón?

Se ríe fuerte. Algunas personas se dan vuelta para mirarlo.


***

En la página web más importante de los seguidores del Colo Colo, dalealbo.cl, algunos aficionados celebraron la buena noticia. «Por fin apareció», dijo alguien que firmaba como Chartier Albo. Haber encontrado a El hincha fantasma era un beneficio para ellos. Ese niño representó al hincha del equipo durante esa final de la Copa Libertadores. De hecho, muchos seguidores creían que se trataba de un muchacho de Ñuñoa, una comuna del este de Santiago de Chile, que había muerto a causa de su mala vida. También se mencionaba un apodo: el Monito, pero de su nombre y destino real, nada. Aquellos eran datos vagos que nunca identificaron a nadie. En el texto de El Mercurio, al menos había una persona de carne y hueso a quien creerle. Un ser humano con nombre y apellido que contaba una historia verosímil de lo que había ocurrido.

Pero después de ese artículo vinieron las dudas y las nuevas pistas. «Ese huevón está vendiendo la pomada –escribió alguien que firmaba Alboiquique–. Yo conocí y muy bien al que se tiró en esa foto. Le decían Mono y era de Ñuñoa, población Exequiel González Cortés. Toda mi familia y el barrio lo conocía no sólo por esa foto, sino porque era una buena persona; era medio pinganilla, pero no era malo. Sabrán a qué me refiero, pero bueno. Lo cierto es que esa persona ya no está con nosotros sino que está alentando al Cacique desde el cielo». Los comentarios siguieron, incrédulos, enojados, sorprendidos. Catoalbo agregó más detalles: «Por las cosas de la vida se metió en cosas malas y terminó pagando con su vida, dicen que de sida, pero la cosa es que murió hace algún tiempo atrás. Mi viejo me lo contó». Desde el 28 de mayo hasta el 1 de junio del 2007 hubo veintinueve comentarios. Allí quedó todo. El hincha fantasma fue olvidado de nuevo.

Días después, los encargados de esa página publicaron un mensaje en el que pedían datos sobre ese muchacho. Algún indicio, lo que fuera que pudiera ser rastreado. Los comentarios volvieron. «Es el futbolista José Luis Villanueva». «Dicen que salió en un diario hace poco». «Es un mito urbano, hay como mil versiones». «Es un mito urbano ese huevón, que quede ahí no más, déjenlo piola; si hubiese querido aparecer ya lo hubiera hecho». Los datos del muchacho apodado el Mono regresaron de distintas personas que indicaban el mismo barrio de Santiago de Chile, Ñuñoa, la misma mala vida y un destino trágico similar: muerto hacía un tiempo. Mamsalbo dijo: «Era de acá de Ñuñoa, digo era, porque se fue a vivir a la comuna de Peñalolén. Lo apodaban el Mono. Él vivió en la población Exequiel González Cortés. Lo último que supe de él fue que murió de un balazo en la cabeza». «Cabros, el que está más correcto es el socio que dice que es de Ñuñoa. El de la foto es el Mono de la Exequiel. Al día siguiente de esa noche fue bien comentado por todos, ya que lo cachaban. Yo lo sé porque estudiaba en esa fecha en el colegio que estaba en Guillermo Mann con Maratón y que ahora es una comisaría», contó Orca. Allí había un indicio, un lugar dónde buscar.

La historia empezaba a contarse desde múltiples voces. Alboiquique reapareció y escribió que el Mono había trabajado para un señor que vendía cartones en la calle Guillermo Mann. Pero dijo algo más importante que todos los demás: dejó su nombre y el número de su teléfono celular. Alboiquique se llama Mario González y vive en Iquique, un puerto al norte del país. Lo indignaba aquel hombre que decía ser el muchacho de la foto en la columna de El Mercurio. «Todos allá en la población conocen lo que hizo el Mono. Apenas salió en la tele nos dimos cuenta de que había sido él. Nadie dudó», cuenta a través del teléfono. El Mono tenía entre catorce y quince años. Robaba y a veces le ayudaba a cargar cartones a un hombre que tenía un negocio en esa calle llamada Guillermo Mann. Ese tipo también se murió, recuerda González, pero su esposa continúa trabajando en el mismo lugar. Se llama Mónica. «Ella debe saber dónde encontrar a su familia, porque el Mono, loco, ya está muerto. Pero te digo una cosa: él es El hincha fantasma. Te vas a dar cuenta altiro». Sólo hay que averiguarlo.


***

En la calle Guillermo Mann, donde dicen que trabajaba el Mono, hay varios locales de recolección de cartones. Allí todos se conocen y es muy fácil dar con el negocio de «Mónica», como se llama la viuda del patrón de ese muchacho. El local está en la población Exequiel González Cortés, muy cerca del Estadio Nacional de Santiago de Chile. Allí los pasajes son estrechos y en las casas, de construcción sólida, hay poco espacio para que la gente se mueva con soltura. Las piezas chocan unas con otras. Si hay niños en la casa, éstos deben jugar en los pasajes angostos, en la calle o en los alrededores del estadio. Ahora es la hora de almuerzo, y un hombre que ordenaba un conjunto de cajas en el local indicado regresa del interior con noticias claras.

–Usted busca al Monito –aclara–. El Mono es el papá y esa familia tiene unos parientes que viven en el pasaje siguiente, tercera casa.

Antes de llegar a ella, un hombre que ha escuchado hablar del Monito se adelanta.

–Sé a quien busca. El Monito se llama Luis Mauricio López Recabarren, el niño que salió en esa foto famosa del campeón de la Libertadores del 91.

El vecino curioso se llama Jaime Villagrán y ha vivido siempre en este barrio. Conoce al Monito y a su familia. Lo vio de pequeño cuando jugaba en la calle y cuando iba al Estadio Nacional cada vez que podía.

–Usted debe saber que murió –cuenta Villagrán–. Tuvo una vida difícil de niño. Él optó por el camino más complicado. Él quiso vivir en la calle y allí conoció lo malo también. Murió joven. Murió en la cárcel, el Monito. Y sólo aquí en la población siempre han sabido de su hazaña.

Villagrán se detiene frente a una casa. Grita «aló» y explica que alguien quiere hablar de Luis Mauricio. Una voz responde y luego la puerta se abre. Un hombre se asoma. Pelo negro, estatura pequeña, ojos caídos y un vientre abundante.

–Qué tal –dice–. Soy Luis López. Me llaman el Mono. Usted quiere saber sobre mi hijo, el Monito. Usted viene por lo de la Copa Libertadores de Colo Colo. Adelante, ahí tenemos una foto grande de él.

La sala está oscura. El padre de Luis Mauricio López Recabarren enciende la luz y en una pared aparece una gran fotografía enmarcada donde un muchacho sonríe. Tiene los ojos oscuros, la nariz ancha, una enorme sonrisa, los dientes blancos y separados, los labios contundentes y anchos. Viste una camiseta blanca con tirantes y unos shorts azules. También lleva un gorro que deja ver parte de su cabello negro, grueso y un poco ondulado. La pared parece un santuario en honor al muchacho.

–Ése es mi hijo –se oye una voz de mujer–. Él es Luis Mauricio muy poquito antes de que falleciera. ¿Vio las fotos más chicas que están a su alrededor?

La enorme imagen está rodeada por otras un poco más pequeñas. En una esquina se encuentra la famosa fotografía del Colo Colo de 1991, donde El hincha fantasma está delante de los jugadores. Al lado hay una imagen similar de la selección nacional, poco antes de un partido contra Argentina. Es la Copa América de 1991, que se jugó en Chile. Debajo de los futbolistas, el pequeño Luis Mauricio aparece recostado en el pasto; tiene la cara descubierta y mira a las cámaras como si fuera un jugador más.

–Esa vez mi hijo hizo gritar a todo el estadio un «ce, ache, í» –dice la madre–. Fue la última vez que se metió a una cancha.

Hay algunos retratos más: en el colegio, cuando recibe un diploma al lado de una profesora; con amigos de la Penitenciaria, donde estuvo preso hasta su muerte; junto a los arqueros Daniel Morón y Nicolás Villamil, antes de un partido entre Colo Colo y la Universidad de Chile, su clásico rival; sonriendo junto al cantante mexicano José José, en la platea del Estadio Nacional; en una salida de Colo Colo, en 1991; al lado de un jugador de Universidad Católica, en 1987. En todas las fotografías aparecen el mismo mentón, los mismos labios gruesos, la misma nariz ancha y un poco chata. Es el mismo e inequívoco rostro: de niño, de adolescente, con la cara de un hombre. Luis Mauricio López Recabarren, el Monito, podría ser El hincha fantasma.


***

Luis Mauricio López, el Monito, casi no pasaba tiempo en su casa. Lo suyo era la calle. Una vez, cuando tenía seis años, su padre lo sorprendió robando en un autobús. Hizo que devolviera las monedas y lo abofeteó. Pero el hijo tenía cierto talento para los robos de pequeños montos y poco a poco se convirtió en un ladrón de ocasión. Por ese motivo cayó un par de veces en los reformatorios de menores de Santiago de Chile. La única actividad que lo sacaba de los malos pasos era el deporte y eso se lo debía a su padre. Luis López, el Mono (a quien llamaban así por su parecido físico con un chimpancé), había sido popular en su niñez. Al vivir tan cerca del Estadio Nacional, había logrado cientos de imágenes con futbolistas famosos, que luego eran publicadas en revistas como Estadio o Gol y gol. Su mayor logro fue una fotografía al lado de Pelé. López dice que su hijo siempre quiso imitarlo. Por eso, el niño entraba al campo cada vez que podía. «Cuando supieron que era el hijo del Mono, la gente empezó a decirle igual o Monito. Y lo ponía orgulloso que le dijeran como su papá», explica. «Mi hijo siempre quiso ser como yo». Pero el niño iba a hacer algo mucho más grande.

Luis Mauricio, el Monito, comenzó a posar a los nueve años con los equipos titulares de la selección de Chile, el Colo Colo, la Universidad de Chile, Universidad Católica, Cobreloa y otros clubes del país. Las decenas de fotografías que la familia conserva ahora en la pared-altar de su casa se las regaló un fotógrafo profesional apodado Rucio. Luis Mauricio siempre estaba entre los jugadores, a un costado o deslizándose por el pasto. Sabía cuál era el mejor momento para entrar: minutos antes de que el equipo local pisara el campo. En ese instante todos se preocupan del público de las gradas, de sus cánticos y de la efervescencia general. Por eso, aquel 5 de Junio de 1991, Luis Mauricio entró cuando el equipo rival, el Olimpia de Paraguay, salió al campo de juego. Luego corrió en busca de esos jugadores y comenzó a molestarlos. Uno de ellos, el defensor Gabriel González, trató de pegarle un manotazo a la pasada. El muchacho lo esquivó y siguió corriendo. Esa noche, durante el juego, González fue el único jugador expulsado.

Luis Mauricio había sacado la bandera de casa, recuerda María Recabarren, su madre. «Nosotros ya no teníamos control de sus actos. Él ya se sentía libre, por eso no tuvo temor de meterse a la cancha, a pesar de que todo el mundo sabía que iba a ser muy difícil. Pero él estaba determinado en ser el único». En el estadio, la gente observaba a ese muchacho que llevaba la bandera al cuello como un superhéroe con capa. Carlos Vergara, uno de los sesenta mil aficionados que colmaban el estadio esa noche, dice que un policía empezó a perseguirlo, pero que no pudo alcanzarlo. Luego vio al Monito cerca del arco del Olimpia. Les quitaba la pelota a los jugadores de ese equipo. Un defensa estaba a punto de patear un tiro al arco; de pronto, el Monito se adelantó y dejó parado al arquero paraguayo. «El estadio –dice Vergara–, no sé si recuerdo bien o me lo inventé, lo celebró como gol». Ese grito quedó registrado en la transmisión televisiva que había comenzado hacía pocos minutos. Alberto Foullioux, uno de los comentaristas a cargo, creyó equivocadamente que el griterío se debía a que el Colo Colo salía al campo. Pero los jugadores todavía estaban en el camarín. Quien estaba allí era el Monito, que corría, levantaba los brazos y fastidiaba a los paraguayos. Pero aún faltaba lo más importante para él: la fotografía.

El comentarista Sergio Livingstone, uno de los más antiguos de la televisión de Chile, también fue el primero en advertir al intruso e informarlo a la teleaudiencia: «Hay un chico que está dentro de la cancha con una bandera colgando. Es muy pequeñito, pero esas cosas no deben pasar. Se descuelgan por la reja y es la única persona extraña al acontecimiento». Poco después, el estadio estalló en gritos, cuando los jugadores de Colo Colo salieron por fin de los camarines. Llegaron al centro del campo y saludaron. Hay una toma donde se ve a Luis Mauricio tratando de hablar con los jugadores. Luego llegan los guardias y el muchacho tiene que apartarse. Al rato, los once jugadores comenzaron a formarse en dos filas. Los fotógrafos estaban listos para disparar. Luis Mauricio debía saber que su momento había llegado. «Lo que a él le importaba era la foto –dice ahora su padre–. Salir con los jugadores y tenerla de recuerdo. En eso consistía todo el tema. Si no podía sacarse la foto hubiera sido triste para él». Y comenzó a correr, mientras un policía trataba de alcanzarlo. Los flashes estallaban. Entonces Luis Mauricio se lanzó a ese encuadre en perfecta sincronización de tiempo y distancia. Su cuerpo se deslizó por el pasto y con su mano golpeó el hombro del delantero Luis Pérez, quien esa noche hizo dos de los tres goles con que el Colo Colo ganó. «Me hubiera encantado conocerlo –dice ese deportista dieciséis años después–. Ese niño, al final de cuentas, formó parte del equipo. Fue como el jugador número doce que tanto dicen. Él estaba allí como el representante de los hinchas». En la televisión, el comentarista Sergio Livingstone parecía ofendido. «Ahí apareció el chiquitín, ese», dijo regañando al vacío. Otros periodistas que se mostraron enfadados en ese momento, ahora dicen haber aprendido varias cosas. «Pasó de ser una barbarie fotográfica (porque le restó protagonismo a los jugadores y un desconocido se convirtió en la reina) a una foto que concentra la esencia del fútbol: el deporte y el fervor», dice el fotógrafo José Alvújar. Al arrojarse hacia la fotografía, Luis Mauricio López Recabarren, el Monito, no buscaba figuración ni fama. Se contentaba con disfrutar del privilegio de estar allí. El resto debía importarle un carajo.


***

María Recabarren, la madre de El hincha fantasma, arregla un bolso con bebidas y un par de chalecos para ella y su marido. Son las tres de la tarde de un lunes de julio, y la pareja está un poco retrasada para visitar el cementerio, como hacen al principio de cada semana. Un día, dice Recabarren, su hijo le confesó su mala conducta: «“Mamita, yo nací ladrón y voy a morir ladrón. Pero eso no quita que no te quiera y te adore”», recuerda que él le dijo. La mujer está convencida de que, a pesar de todo, Luis Mauricio fue una persona maravillosa.

Después de aquella final de la Copa Libertadores, el Monito era famoso en su barrio. Sus vecinos le reconocieron de inmediato en las imágenes de televisión y lo felicitaron. Sus amigos se sentían orgullosos de él y pronto supieron que un equipo de televisión lo buscaba para entrevistarlo. Alguien había contado que el niño de la fotografía era el Monito y que lo podían ubicar en la calle Guillermo Mann. Pero él no quería que lo encontraran. «Hubiera tenido problemas altiro», explica su padre. En su caso, aceptar la fama habría traído a su vida no sólo periodistas, sino policías. Durante su vida, el Monito entró y salió varias veces de los reformatorios de menores y de la penitenciaria. También tuvo problemas con las drogas. «Cuando se empezó a meter con la pasta base [de cocaína] la cosa se puso más incontrolable», dice su padre; pero luego vuelve a seleccionar los mejores recuerdos. «Mi hijo era re-buena persona. Si usted hubiera visto las pololas que tuvo, todas bonitas. Siempre lo quisieron ellas. Nunca lo abandonaron, hasta el final».

Aquella noche de la Copa Libertadores Luis Mauricio entró a un campo de fútbol por penúltima vez. La última fue en el partido que la selección de Chile jugó contra la de Argentina. Copa América de 1991. «Esa vez dio una tremenda vuelta –dice la madre–. Se dio el gusto de estar como diez minutos adentro y, antes de que lo sacaran, hizo gritar a todo el estadio porque no estaba el señor de la trompeta, y un capitán de Carabineros lo sacó». Ya fuera del campo, el oficial le invitó un sándwich y después lo detuvo. En la comisaría le contaron que, por su culpa, al oficial encargado de la seguridad de la final de la Copa Libertadores lo habían suspendido. Así que le prohibieron volver a entrar a un campo de fútbol de nuevo. «Mi cabro cumplió –dice la madre–. No apareció nunca más».

Ahora los padres de El hincha fantasma llegan al Cementerio General, el más grande de Santiago de Chile. Caminan lento entre tumbas, nichos y mausoleos. Luis Mauricio murió de leucemia en el Centro de Detención Preventiva Santiago Sur, mientras cumplía una condena por «robo con intimidación». Durante ese asalto recibió un balazo en la cabeza y casi murió. Sus padres creen que esa herida pudo haberle provocado la enfermedad. Su salud declinó poco a poco. El 30 de julio de 1999, a los veinticuatro años, Luis Mauricio murió en una cama del hospital de la Penitenciaría. Según su madre, sus compañeros de la prisión guardaron cinco minutos de silencio en su honor.

Ella también selecciona los mejores recuerdos. Dice que él compartía sus ropas con los reclusos que no tenían nada. «“No importa porque mi mamita me va a traer ropa y no me va a faltar a mí”. Todos lo querían y respetaban», añade mientras se acerca a la tumba. «A veces él conversaba de ese momento en el Monumental, cuando tenía quince años», dice Recabarren. «Y le gustaba acordarse. A veces se veía en los pósters, en la tele. Seguramente fue una de las cosas más bonitas que le pasaron en la vida».
–Seguramente –añade su esposo.
–Aquí está mi hijo –dice la mujer frente a una lápida de mármol blanco, llena de flores rojas y amarillas, y con la cara de Luis Mauricio grabada sobre una loza–. ¿Cómo estás amor de mi vida?
Hay un silencio breve. En al nicho hay flores de muchos colores y un adorno con la insignia del Colo Colo. Allí está el nombre de Luis Mauricio y las fechas de su nacimiento y muerte. Abajo, un epitafio firmado por sus padres, hermanos y sobrinos.

De pronto, María Recabarren saca del bolso la fotografía enmarcada del equipo titular del Colo Colo de 1991, el mismo que ganó la Copa Libertadores de ese año. Los once jugadores formados en dos filas: los del fondo parados; los de adelante, en cuclillas. Debajo de ellos, El hincha fantasma se recuesta en el pasto del estadio.

–Hijo mío –dice la mujer–. Te traje tu foto.

Luego besa esa imagen y cierra los ojos.

martes, 9 de septiembre de 2008

jueves, 4 de septiembre de 2008

LA COLUMNA DE OPINIÓN

¿Qué es?
Texto argumentativo que valora de forma personal una cuestión de actualidad. Se puede publicar en cualquier sección. Siempre ocupa el mismo lugar y con una periocidad concreta, por eso suele aparecer acompañada de la fotografía del autor..

¿Qué contiene?
La opinión de un colaborador habitual del periódico

Estructura
Libre, a gusto del emisor. La extensión está definida por el espacio reservado en el periódico.

EJEMPLO ARTÍCULO DE OPINIÓN

Los jugadores versus periodistas

Por Jorge Barraza
26/06/2001

“Qué puede saber ese si nunca jugó al fútbol". La frase, despectiva, es habitual entre los jugadores de fútbol para referirse a los hombres de prensa.

Uno de ellos es José Basualdo, discreto volante que tuvo la suerte de jugar un Mundial y ser repetido campeón con Vélez Sarsfield y Boca Juniors. El Pepe estuvo de visita en la redacción de "El Gráfico"; se puso a espaldas del redactor Alfredo Alegre sin que este lo viera y comentó en voz alta: "Hay tipos que jamás tocaron una pelota y creen que saben de fútbol". Todo porque Alegre lo había calificado con un 4 en un partido en el que quien no había tocado la pelota era Basualdo.

Natalio Gorín, querido compañero y magnífico columnista, se opone a este razonamiento: "Eso es un disparate. Los críticos de cine no son directores, los críticos de música no tienen por qué ser músicos". Jorge Rinaldi, ex delantero de San Lorenzo, Boca Juniors y River Plate, coincide con Natalio: "Todo aquel que pateó una pelota de chico, aunque sea en el barrio, está capacitado para opinar de fútbol". Rinaldi es hoy un agudísimo comentarista del diario "Clarín".

Siguiendo esta idea, para dedicarse al periodismo deportivo sería preciso haber sido primero futbolista profesional. Además, con tal criterio no hubieran podido ejercer la dirección técnica notables entrenadores como Sergio Markarián, Jorge Habbeger, el gordo Vicente Feola (campeón del mundo con Brasil en 1958) y muchos otros que no fueron jamás futbolistas profesionales.

Por el contrario, hubo grandes estrellas del balón que fracasaron en la dirección técnica simplemente porque no sabían ver el fútbol. En realidad se trata de una rivalidad eterna, folclórica, un clásico del fútbol que nace por regla general después de los partidos, cuando se abren los camarines y quedan enfrentados unos y otros: jugadores y periodistas.

"Acepto que digan que jugué mal, pero no que se metan con mi vida privada", mienten con frecuencia los futbolistas. Luego, si el escriba pone sencillamente "Fulano jugó mal", se enoja lo mismo. Esto significa que el jugador no volverá hablar con el cronista, le volteará la cara, le hará algún reproche desmedido o, en el peor de los casos, intentará agredirlo, lo que ha sucedido infinidad de veces.

Antiguamente no se deslizaba jamás una crítica hacia el protagonista del juego, se hacía referencia casi exclusivamente a la calidad del espectáculo y los términos más cáusticos podían ser 'anodino', 'monocorde', 'chato', ni siquiera se llegaba al 'mediocre'. Luego el periodismo fue poniéndose más analítico, más riguroso y entonces aparecieron las alusiones personales.

Está claro que el periodismo es habitado por una cantidad de individuos que no saben ver fútbol, otros que son agresivos en sus comentarios, los decididamente irresponsables y unos pocos más que buscan la noticia sensacional a cualquier precio, incluso el de inventar. De paso fugaz al Perú, Miguel Company le expresaba a Mario Fernández que gran parte del derrumbe del fútbol peruano se debía a la prensa, por sus comentarios descalificadores, su negativismo y su falta de conocimiento del tema. Y esto es escrupulosamente cierto. La prensa es un arma y si no se utiliza responsablemente, daña.

Sin embargo, un alto porcentaje de los jugadores son sujetos muy astutos, que admiran la habilidad del gato, esa de caer siempre bien parado. Si juego bien, que lo pongan; si anduve mal, que no digan nada.

No obstante, es preciso ser medido en las opiniones y evitar las burlas, algo a lo que la prensa se ve tentada cotidianamente. Pepe Peña era un extraordinario periodista, de agudos comentarios y dueño de una chispa genial.

Tanto sabía que lo contrató Huracán como director técnico. En el primer partido, cuando iba a sonar el silbatazo inicial y tuvo que ir a sentarse al banquillo, se quedó frío: "Uy... qué bravo es esto, desde acá yo no puedo ver nada". Comprendió que no era fácil. Le fue mal y regresó prontamente a la máquina de escribir.

Pepe solía utilizar un tono sarcástico en sus escritos. Una vez puso que Sanfilippo tenía un balde en la cabeza, porque no sabía ver el juego. Siendo entrenador del Globito, perdieron contra San Lorenzo 5 a 1 y Sanfilippo marcó cuatro goles.

Se trata de una relación ríspida, que nunca podrá ser armónica. Los jugadores deben entender que quien no acepta las críticas no aprende. A los periodistas hay que inculcarles el respeto: no escribir de una persona lo que no se le pueda decir en la cara.

EL ARTÍCULO DE OPINIÓN

¿Qué es?
Texto expositivo o argumentativo que trata cualquier tipo de tema con libertad expresiva. Es un valioso modo de expresión, que ha sido utilizado a través de los tiempos por pensadores, políticos, sociólogos, etc.


¿Qué contiene?
La opinión de un colaborador ajeno al periódico pero de reconocido prestigio en el tema.

ENTREVISTA EJEMPLO: LA MAMÁ DEL CHORRI

DOÑA MARCELA


Los dolores empezaron a eso del mediodía, justo cuando doña Marcela se disponía a iniciar un nuevo punto en la costura y en la radio timbraba un valsesito de Oscar Avilés. Pensó que todo era una cosa natural, propia de un embarazo a punto de culminar, así que decidió sentarse y arrancar con el punto inicial, no sin antes soltar un hondo y largo suspiro luego de beberse una tacita de agua. El día estaba soleado y en la séptima cuadra de la calle San Diego, allá en Surquillo, los niños se preparaban para recibir el Año Nuevo.

Pero doña Marcela no había avanzado ni diez centímetros cuando volvieron los dolores. Intentó seguir y nada, el bebé empezaba a patear, y duro, y mamá empezaba a comprimir el rostro y abanicarse con lo que tenía a la mano: un diario pasado. Pasaron las horas y persistían los dolores, por lo que hubo que llamar a la obstetriz. A las seis en punto se hizo silencio en la casa. No más dolores. Una criatura de 3.1 kilos y 49 centímetros había nacido una fresca tarde de 28 de diciembre de 1972.

"Me agarró de sorpresa. Yo estaba tranquila, faltaban aún unos días para la fecha prevista y !zas¡, apareció Roberto. Ni tiempo de ir al hospital tuve... Sí, pues, como que ahí empezó a ser futbolista... Bonito quiebre el que me hizo".
-- Es curioso, señora. Sus hijos varones son bajos, sin embargo, sus hijas no lo son tanto.
Sí, pues, parece que con ellos no hubo muchas ganas.

La señora, casada hace 35 años con Jesús Palacios, llegó a tener nueve hijos (uno falleció). Y si tuvo tantos fue porque buscó desesperadamente el varoncito, pues las cinco primeras fueron mujeres (el orden es el siguiente: Elena, Aurora, Lilian, Patricia, Maritza, Roberto, Milagros y Martín).

Mamá Marcela

Gente buena, humilde y trabajadora los Palacios Mestas. Por casa la situación ha mejorado y gran parte de ello se lo deben al Chorrillano. La casa ha sido levantada con el dinero que el futbolista fue ganando en Sporting Cristal y los poco lujos que se dan --como dice doña Marcela-- son gracias a ello. Sin embargo, la señora Palacios no se marea y tampoco olvida las duras páginas del ayer, cuando todo costaba el doble y el esfuerzo había que multiplicarlo.

"Económicamente hemos mejorado, es cierto, pero seguimos siendo pobres. Recuerdo cuando Roberto y sus hermanas tenían que salir a pedir botellas y juntar periódicos para luego venderlos. No nos avergonzamos de la pobreza, para nada. Acá fuimos pobres pero nunca faltó un plato de comida. Yo cosía y mi marido era chofer del Ministerio de Marina".

Hoy las tardes son más soleadas por Chorrillos, el nuevo barrio. Ya doña Marcela Mestas de Palacios, con 57 años a cuestas, es todo un personaje por allá. Para todos es la "Mamá del Chorri", así que ya se acostumbró a que le pregunten por su hijo, a recibir las felicitaciones y hasta a comentar partidos y explicar porqué pasó esto y no lo otro.

"Me siento muy orgullosa de Roberto porque todo lo que ha logrado hasta el momento lo ha hecho en base a su esfuerzo y a su humildad. Es un chico sano, que no tiene vicios, que siempre trabajó para ser un buen jugador. Desde chiquito le gustó la pelota pero yo lo chantajeaba: 'si hay buenas notas, hay fútbol'. Y siempre fue un buen alumno. Le encantaban las matemáticas. Así fue simpre, menudito y flaquito, pero con una cintura endemoniada. Jamás se sintió menos que nadie, él se siente un gigante dentro de la cancha".
¿Cómo se ha portado Roberto con ustedes?
-- Execelente. Bueno, bueno es mi Negro. Nunca le he pedido nada, pero él siempre viene y me pregunta qué quiero. Ni contarte cuando llega de viaje. Cantidades de regalos para mí, su papá, sus hermanas, sobrinos. No, él se pasa. Me acuerdo cuando le dieron su primer sueldito. Llegó a casa y me lo entregó todo. 'Toma mamá, para que levantes la casa'.
Uno pregunta que nunca se la hemos formulado a Roberto, señora. ¿Por qué del bigote?
-- Ah, es que yo nunca dejé que se lo afeite. Primero aparecieron los bellos a los costados, a lo Cantinflas o Tin-Tan. Pero le dije que si se afeitaba le volverían a crecer rápidamente y todos disparejos, por eso jamás se rasuró.
¿No le provoca verlo sin bigote?
-- No, así está lindo.

Genes futboleros

Uno observa a Roberto correr y gambetear con tanta facilidad por los campos de fútbol que es imposible preguntarse, ¿de dónde sacó esa cintura el Chorrillano? Una rápida e inicial respuesta nos dice que siempre tuvo esa habilidad innata para jugar con la pelota. Para quebrar, correr y patear.
Sin embargo, escarbando en su pasado, encontramos una pista certera: el Chorrillano fue, antes de futbolista, un eximio bailarín. Roberto formó parte del grupo "Los Angelitos Negros", danceros de la música negra, y paseó sus plásticos movimientos de marioneta por la tele (canales 4, 5 y 7) muchísimo antes de ser famoso por hablar con la pelota.
Cuenta su madre que danzaba y entrenaba muy contento hasta que el profesor Mellán dijo basta. O baila o juega al fútbol. Y Roberto dejó los suelos por los campos verdes.

Pero el dato más importante en esta búsqueda de su habilidad es, sin duda, el pasado de doña Marcela, otrora wing izquierdo en su época, integrante del primer equipo de fútbol que conoció este país. "Fue hace muchos años, hijo... puffff, ¡yo tenía quince, dieciséis. Fíjate, pues!". El equipo se llamaba Porvenir Miraflores, la camiseta número once era de ella, admiradora de "Huaqui" Gómez Sánchez. Todo iba bien hasta que le llegó un inesperado y triste final a su carrera. Una fractura al tobillo la obligaba a no jugar más al balompié. No hubo partido de despedida ni nada de esas cosas, tan solo un par de lágrimas. "Es que el fútbol me gustó toda la vida. Fui hincha de Alianza, ahora soy de Cristal".

¿El mejor jugador que vio usted?
-- César Cueto, excepcional.
¿Roberto está cerca de él?
-- Humm... Le falta un poquito.

"Chorri" querido

En estos tiempos que al hijo todo le ha salido bien, los Palacios han tenido que aprender a sobrellevar esto de ser la familia del Chorrillano, hoy por hoy, el más querido por los niños y adultos de este Perú. Con decirles que el jueves 1 de mayo, cerca de las dos de la madrugada, y luego de la epopeya de Barranquilla, dos autos se estacionaron en la casa de los padres y empezaron con los gritos, cánticos, bocinazos y todo eso. Vitoreaban a Roberto y tuvo que salir Mamá Marcela a decir gracias, muchas gracias, pero los muchachos le agradecieron a ella el haberle dado vida al Chorri.

¿De dónde nace el apelativo Chorri? "Roberto iba a jugar por el Sport Colina un campeonato, pero cuando llegó las inscripciones se habían cerrado. Entonces lo hicieron jugar con un carnet bambeado. Yo le gritaba 'Roberto, Roberto' y la señora Rosa --en estos momentos no recuerdo su apellido--, me dijo que lo llamáramos por otro nombre. Y dijo, 'dígale Chorri, porque vienen de Chorrillos ¿no?'. Y así se quedó con Chorri".

Nunca a faltado a un partido de Roberto en Lima. Nunca. Dice que hasta con muletas iba a los estadios. Y hasta casi se ha peleado con algunos barristas en Matute. "Gritaban mátalo al Chorri, mátalo. Yo le dije: 'oye, qué te pasa, vas a ver, a la salida te agarro', claro, con algunos ajos y cebollas. Recuerdo que Cristal ganó y cuando busqué al muchachito ése, ya se había corrido". Agrega que el Chorrillano le ha pedido que no grite en el estadio y que ella ha obedecido. "Ahora me controlo más, ya me eduqué en ese sentido", dice.

Rezo por tí

Si la Selección Nacional --o antes con Sporting Cristal-- va jugar en el exterior, doña Mrcela, antes de sentarse en el inmeno televisor color que el hijo le ha regalado ("para que me veas más grande", le dijo el Chorri), tiene todo un ritual. En su dormitorio tiene las imágenes de la Medalla Milagrosa y de San Benito de Palermo y ante ella se arrodilla a rezar. Le pide a los santos que "Perú gané y que le cuiden las piernas a mi Negro, que no me lo pateen".

Pero Roberto nunca ha tenido una lesión grave.
-- Claro, pues, estaba bien papeado. Tiene buenos huesos, no en vano comía su quaker con sus camotes, más su jugo con miel de abeja.
¿Le gusta cómo juega Roberto?
-- Me aloca, me encanta.
¿Puede llegar a Europa?
-- Claro, tien cualidades para triunfar allá.

El Día de la Madre ha pasado y doña Marcela no ha pedido nada especial. "Qué más quiero que tenerlo a él y a mis otros hijos conmigo. Con eso soy feliz".
Ella no pudo ser futbolista, tuvo que contentarse con ser madre del Chorrillano. ¿Le parece poco?

ENTREVISTA EJEMPLO: EDUARDO ESIDIO

Esidio, el regreso

Yo sólo quiero jugar al fútbol. Para eso estoy acá, para eso he regresado. He pasado momentos muy malos, días muy difíciles. Inclusive, cuando estaba en el avión regresando a mi país me dije, en esos momentos de locura que a veces uno tiene, 'que se caiga este aparato y se acabe todo de una vez'. Estaba mal, anímicamente muy mal. Y estaba molesto porque la prensa dijo muchas cosas sobre mí que no fueron ciertas: que estaba escondido, que me había corrido, que estaba enfermo. ¿Tu creer que yo puedo estar enfermo? No, no. No estoy enfermo, tengo un virus, sí, pero no estoy enfermo. Yo me siento perfectamente bien para jugar, los médicos me han hecho exámenes y me han dicho: 'Edú, tú estar en forma, poder jugar sin problemas'. Entonces, luego de superar una barrera muy grande, gracias a Dios y a mi familia, me dije tengo que regresar. No para hacer juicios, ni aclarar algunas cosas. No. Yo he venido a cumplir con el don que Dios me dio. Quiero volver a Universitario de Deportes. Yo sólo quiero jugar al fútbol.

Qué tan duros pueden haber sido los días para este brasileño Eduardo Esidio allá en su Santa Rita do Passa Quatro natal. Qué tan largos los amaneceres, qué tan estiradas las horas, qué tan atormentantes los pensamientos. No había forma de combatir el dolor ni de superar la llegada de la noche y con ella el arribo de la oscuridad, esencia misma de la noche, marco perfecto para el lagrimeo en solitario y para que el llanto se deslice como un susurro, casi en silencio y sin pedir permiso.

No tengo vergüenza de nada. Estoy en Lima desde el viernes y me he hecho una nueva prueba. Lo más importante es que nada ha cambiado. Es fuerte, pero decir que soy seropositivo no me avergüenza. No es una cruz que tengo que cargar ni es tampoco el fin del mundo. Estoy más vivo y más fuerte de lo que muchos piensan. Tengo una fuerza interior muy grande, Dios me la ha dado, y eso me hace victorioso. No soy un derrotado; no, no, ese Edú se fue y no volverá jamás. Gracias a esa fuerza me pregunté: ¿por qué me voy a quedar en casa? Vine, me siento bien, y el lunes (hoy) me presentaré en el club, para volver a entrenar, porque sabes que tengo un contrato firmado, ¿no? Y te confieso que siento un poco de temor. Saber cómo me van a recibir mis compañeros es hoy una interrogante que genera cierto miedo. Pero vergüenza no, ya no. Estoy preparado para todo y me siento seguro de mí mismo; voy a salir con la cabeza erguida. ¿Sabes?, ellos, mis compañeros, se van a enterar de todo y van a estar conmigo, lo siento así. Nací para jugar, Dios me dio el don y gracias a él tengo un club en este maravilloso país que es Perú. Acá yo sólo quiero jugar al fútbol.

Volverá. Esta mañana Eduardo Esidio, 27 años, 189 centímetros de altura y 81 kilos de peso, llegará al Lolo Fernández con las mismas ilusiones con las que llegó el primer día de trabajo de este 1998 que para él parece haber tenido muchos más días de los nada más que 68 transcurridos. Acompañado del abogado Néstor Pomareda y de un representante del Ministerio de Trabajo, un Edú renovado regresa a Odriozola. Dispuesto a correr por una cancha de fútbol y a respirar aroma de vestuario, a patear la pelota y sacar un centro y llevarse a un rival y driblear al arquero y gritar un gol, y hacer que toda una tribuna grite un gol. Volverá y empezará a recuperar el tiempo que le hicieron perder. Volverá y recordará inevitablemente la mala manera en que fuera obligado a dejar el club semanas atrás.

Esto es una victoria para mí, estar acá y tener la oportunidad de jugar en la 'U' me pone muy contento. Según lo que he escuchado por ahí creo que no voy a tener problemas para reintegrarme al equipo; de lo otro prefiero no acordarme. No quiero juicios ni nada de eso. Dios ha colocado las cosas así, me ha puesto a prueba y yo le he respondido. Estoy tranquilo, ya no me asusta más el problema que tengo. Hay cosas peores, ¿no? Estar en cárcel, tener problemas con drogas o alcohol. Felizmente no estoy en nada de eso, lo mío es jugar a la pelota. Por eso quiero volver a jugar al fútbol.

Tiene una sonrisa contagiante, una sonrisa verdaderamente alegre y no disfrazada. Tiene, además, una paz interior muy grande y que uno puede percibir fácilmente. Esidio, el joven Esidio, pasó por muchas cosas. Tal vez una de las cosas que más le duele es que se le fueron los amigos, muchos amigos, pero ese vacío lo llenó con el amor que supieron darle su familia y sus verdaderas amistades. Además, claro, estuvo Dios. Con él llegaron las fuerzas necesarias para alumbrar su presente y seguir caminando.

La primera semana fue fatal, sobre todo una vez que mi familia se enteró de la noticia por la tevé. A mi padre casi le da algo, se puso mal. Pero él, Adao Esidio, es un tipo con una cabeza enorme. Entendió todo y estuvo conmigo en todo momento. Lo mismo mis hermanos Elaine y Odair. Gracias a mi familia y a algunos amigos he podido salir a delante. Pero me di cuenta que muchos de los que decían ser mis amigos no lo eran en realidad, eran sólo de la boca para afuera, yo lo sentía en sus ojos, en cómo me miraban. Y si he superado todo esto es, también, gracias a Dios. Este anillo que tú ves acá (Esidio besa el aro que lleva en el dedo anular de su mano derecha) significa que mi compromiso, mi único compromiso, es con él. Dios está acá (se lleva la mano al corazón del polo blanco que justamente tiene grabada la inscripción 'Yo amo a Jesús') un amigo inmenso, grandísimo. El me dio la fuerza, la confianza y el coraje, él me hizo sentir como me siento hoy: fuerte. Por eso he vuelto. Porque yo sólo quiero jugar al fútbol.

Eduardo Esidio ha vuelto. Le ha dado vuelta a la página. Le costó mucho trabajo tomar la decisión de retornar a Lima, ciudad donde dice querer quedarse muchos años. Pero lo hizo. De la mano de su familia, de Dios y ahora, en esta ciudad, de Melissa, su compañera, su novia. Sólo ellos saben lo que les costó superar todo esto, acaso si lo han superado en su totalidad. A ella la obligaron a hacerse una prueba de despistaje en su centro de trabajo, la atormentaron por el teléfono, la buscaban los periodistas cazadores de primicia. Le hicieron tanto daño que ahora ella prefiere mantener silencio. Edú está a su lado y todo está cambiando.

Qué tan duros pueden haber sido los días para este brasileño Eduardo Esidio allá en su Santa Rita do Passa Quatro natal. Qué tan largos los amaneceres, qué tan estiradas las horas, qué tan atormentantes los pensamientos.

Yo nunca voy a estar enfermo. Nunca. Aunque suene casi imposible. La fuerza que tengo y la que la gente en la calle me ha estado dando hacen que me sienta bien. Contento de estar acá y de poder hacer lo que más me gusta. Porque, ¿sabes? Yo sólo quiero jugar al fútbol.

--------------------------
(recuadro)
Contracara González

González olvida. Quiere olvidar. O, mejor dicho, le conviene olvidar. En su campaña para permanecer en el sillón de Odriozola, el presidente candidato ha girado la cabeza en ciento ochenta grados y ha decidido tomar otra postura en el caso Esidio. Recordemos.

Don Alfredo dijo ante toda la prensa que el brasileño se fue del club por problemas de su padre, que habían rescindido el contrato de mutuo acuerdo, y que inclusive se había marchado con el adelanto de la prima que el club le dio en enero pasado. Negó además haber declarado que "Esidio tiene Sida"a una agencia de noticias que rebotó el cable en el mundo entero.

El caso tomó fuerza una vez que La Revista Dominical entrevistara al futbolista en su casa de Brasil. Sin embargo, González se mantuvo firme en su postura. Reiteró que el jugador ya no pertenecía al club porque el contrato ya estaba anulado. Y afirmó, con la ligereza que ya es una de sus principales características, que "el tema estaba cerrado para Universitario".

Ahora, pasadas unas semanas y a sólo seis días de las elecciones, Alfredo cambia. Dice que "el jugador puede volver al club, tiene las puertas abiertas ya que nunca dejó de pertenecer a Universitario". Olvida que fue él quien lo desterró, quien lo trató como a un apestado y que prácticamente lo obligó a marcharse a su país. No contento con eso, a los pocos días filtró la noticia que el jugador estaba infectado, pero no aclaró que Esidio era portador del HIV sino más bien dijo que tenía Sida.

Esta es una típica acción de González. Su afán reeleccionista hace que traicione sus convicciones. Quiere quedarse en la presidencia y ahora lanza brazos abiertos y sonrisas hipócritas. ¿Por qué no dijo lo mismo una vez que el reportero Beto Ortiz lo entrevistó en su domicilio hace unas semanas?, ¿Porqué lo abandonó a su suerte si era jugador del club? ¿por qué le puso punto final al caso?

Nadie olvida el maltrato por el que pasó Esidio. Hacerle los exámenes sin previa consulta va contra la ley. Eso no fue todo. No tuvieron la decencia de darle sus resultados, sino que hicieron una rueda de amigos para comentar lo sucedido y tomar la decisión de deshacerse de Eduardo Esidio.

Brazos abiertos y sonrisa cachacienta. A Alfredo le está creciendo la nariz. Por decir que no dijo lo que sí dijo. Un Pinocho.

ENTREVISTA EJEMPLO: ALFONSO YAÑEZ

La vida exagerada
de Puchungo Yáñez


San Bartolo, versión verano 99, no es sólo pasar de un tranquilo atardecer en el Malecón San Martín a un tormentoso y estridente amanecer en la concurridísima discoteca Kahunas. Es, además, el balneario que mejor se pone en el sur chico porque –según rezan los surfers—tiene otros lugares para la diversión o el sosiego: la populosa discoteca El Huayco, los muelles de piedras en el mar, el arcaico pub La Pólvora –el point del balneario, un lugar chic, cool, etc—y las nuevas losas de fulbito. Pero, de un tiempito a esta parte, San Bartolo también es la casa verde de Puchungo Yáñez. Un point distinto, alegre y festivo todo el día, donde no existe discriminación de ningún tipo y donde la tarjeta de ingreso es ser amigo de Alfonso.

“Esa es, la de la esquina, ésa verde”. Un enano que no llega a los cien centímetros, enfundado en su wetsuit multicolor, señala la casa donde Alfonso Yáñez se ha recluido desde el 30 de diciembre pasado. A Puchungo lo conocen todos y él conoce a casi todos acá en el sur. Está feliz, contento. Tiene a su familia al lado y eso para él es todo. Por eso estas vacaciones, extensas y aún sin fecha de final, las está disfrutando al máximo. A su estilo, con su música y sus amigos. A los 29 años, después de haber jugado mucho y en varios equipos, luego de tanto viaje, de tanto romance serio e inventado, Puchungo se confiesa. Le abrió las puertas de su casa a ONCE y habló con el corazón en la mano. Adelante, pase y conozca al personaje.

Alfonso, la playa es otra cosa, ¿no?
--¡Qué te parece! Esto es distinto, único. Le hace bien a uno estar alejado del ruido de Lima, olvidarse un poco de eso y disfrutar del sol y del mar. Yo me siento bien porque estoy con mi familia: mis padres, mis hermanos, mis sobrinos, todos juntos, algo que no hacíamos hace mucho tiempo. Por eso estoy contento, tranquilo.
Tan tranquilo que ya ni piensas en el fútbol.
--No, ni hablar. De hecho si pienso en jugar, aunque en estos momentos estoy desligado de fútbol, casi no veo los partidos ni leo nada de diarios.
Llevando una vida como la de un tipo cualquiera de tu edad.
--Más o menos. Entreno algo, corro por acá, juego fultbito. El Zurdo Aliaga me dio una rutina de ejercicios y trato de cumplirla. Aunque, claro, no es igual que entrenar con un equipo.
¿Te acercaron algunas propuestas?
--Sí, pero ninguna me pareció atractiva. La verdad, te soy sincero: más me interesa jugar afuera.
¿En realidad quieres seguir jugando o lo dices sólo por compromiso?
--Sí, claro, claro que quiero jugar. Yo tenía la idea de irme a Arabia ahora en diciembre, pero cuando terminó mi contrato con Alianza se enfrió la cosa y me dijeron que lo dejáramos para junio. Luego me desligué de Lima y me vine a la playa con mi familia a descansar.
A hacer vida de ex futbolista.
--Sí. Es la verdad, es la verdad y... ¿sabes qué? me está gustando, ja, ja, ja. Lo que pasa es que he viajado bastante, he estado mucho tiempo alejado de mi familia en fechas importantes. Nunca pasé muchos días con ellos y eso me ponía mal. Creo que estas son las vacaciones que siempre quise tomarme y qué mejor que compartirlas con mi familia, que para mí es lo más importante del mundo.
Ahora te comparan con Roberto Martínez.
--No, no. Roberto se retiró, mi caso es distinto. Todavía tengo cuerda para algunos años más, quiero juntar plata para asegurar a mi familia, poner un negocio y luego terminar mi carrera en Boys. En marzo cumplo 29 años... creo que tres o cuatro años más puedo seguir jugando tranquilamente.
¿Estás peleado con Martínez?
--Peleado no, pero sí un poco distanciados. Como que la relación no es la misma que teníamos cuando jugábamos juntos.
¿Qué cosa extrañas del fútbol?
--Los partidos, los domingos, la euforia de la gente en una cancha.
¿Y qué cosa no extrañas?
--Las concentraciones largas y a los periodistas que me dan con palo y se meten en mi vida privada. Que hablen de los que están jugando, que no se metan conmigo que ahorita estoy inactivo.

Puchungo y la farándula

¿Te preocupa el hecho de aparecer más en programas de espectáculos que en los deportivos?
--No, eso es circunstancial. Me invitan y voy. El año pasado no jugué mucho y sí me invitaron un montón de veces a la tele, caso el programa de Gisela.
¿Qué pasó contigo? De pronto Puchungo era parte de la farándula limeña.
--Lo que pasa es que como no juego tienen que hablar de algo. Por ejemplo, Sofía Franco es mi amiga, y porque llegó a mi casa de playa inventaron un montón de cosas. Pero también llegó Javier Meneses, ¿y acaso van a decir que tengo algo con él? Ella es mi amiga y me gusta que mis amigos vengan a mi casa y me visiten. Pero a raíz de todo esto empezaron a decir cosas, a inventar, a llegar cámaras a la playa para grabar cualquier cosa.
¿Empezaron a perseguirte?
--Así es. Inclusive llegaron al extremo de darle una cámara de fotos a un chibolo de siete años para que me tome fotos cuando esté en mi azotea, con mis amigos.
Algo que te molesta.
--Que me jode, me jode bastante. Por eso ahora estoy alejado de la bulla, muy tranquilo, trato de no conversar con nadie. Al único medio deportivo que he recibido en mi casa de la playa es a ustedes.
¿La prensa no tiene límites contigo?
--Mira, yo sé que como futbolista dejé de ser un tipo anónimo, pero de ahí a que me manden cámaras a espiarme, a perseguirme, a tomarme fotos, es algo para no creer. A veces he pensado que todo esto es algo personal.
Lo que no es una persecución son tus relaciones con mujeres de la farándula.
--¿Y qué quieres? Es mejor a que me relacionen con hombres, ¿no? Ja, ja... Ahora en serio, eso fue hace tiempo.
No puedes negar que has dado pie para que se hablen ciertas cosas de Puchungo.
--De hecho sí, eso sí. Pero esto no viene de ahora, sino de hace años. Creo que fue a partir del 91, cuando el profe Brzic no me tenía en cuenta. Yo me relajé, empecé a salir y comenzaron a relacionarme con gente de la farándula.
Caso Giovanna Vélez.
--Claro. Como reza el dicho: “hazte fama y échate a la cama”. Y desde ahí no me han soltado.
Giovanna Vélez, Laly Goyzueta, Susana Paredes....
--Con Susana no. Con ella no.
¿Todas han sido tus enamoradas?
--No. Mis únicas enamoradas conocidas han sido Claudia Lengua, una ex modelo de Gisela, y Jéssica Tejada, la voleibolista.
¿Te crees un playboy?
--¿Tú crees que con este cuerpo puedo ser un playboy? No seas malo, pues compadre.
Hace poco, en el programa Magaly TV, se escucharon unos mensajes tuyos en el celular de la que supuestamente fue tu ex enamorada.
--Sí, es mi voz, pero esa es una grabación de hace mucho tiempo, de una chica que no le quiero dar importancia, que ahora llama y quiere armar un escándalo.
¿Cómo tomas el hecho de que todo el mundo se entere de tu vida privada?
--A mí me importa sólo lo que piense mi familia y mis verdaderos amigos. Nadie más.
¿Seguro?
--Mira, me han tildado de borracho, de drogadicto, me han matado. Han dicho que tenía sida, que estaba con cáncer, que me iba a morir. Lo único que les falta decir es que soy maricón... ¿Qué puedo hacer? No voy a ir casa por casa a decirle a la gente que no soy así.
¿Estuviste de novio hace un tiempo, no?
--Sí. Estuve. La pedí el año pasado, aunque nunca fijamos fecha para casarnos.
¿Qué pasó?
--Hubo problemas entre nosotros... Fallé yo, pasó el tiempo y las cosas nunca se arreglaron. Y se acabó.
¿Ahora cómo te va sentimentalmente?
--Estoy con Ñol...solano nomás.

Ritmos de la noche

Eres un caso extraño entre los futbolistas. No tienes problemas en ir a The Piano y escuchar U2, o bailar los temas de La Charanga Habanera en La Ensenada del Callao.
--Yo creo que uno debe saber comportarse en todo momento en diferentes lugares. Yo soy del Callao, no puedo olvidarme de mis raíces. Me encante ir al Callao, estar con mis amigos, irme a un salsódromo con ellos, pasarla bien. Y lo mismo ir a The Piano, voy con mis patas y no tengo problemas en bailar rock o lo que venga.
¿Eres juerguero?
--Cuando puedo sí. Me encanta.
Te felicito por ser sincero.
--¿Para qué te voy a decir que no? Si me gusta salir, bailar, tomar mis tragos y divertirme hasta las quince de la mañana. Eso sí, siempre y cuando no tenga obligaciones al día siguiente. Jamás llegué tarde a un entrenamiento. Ni siquiera cuando sacaron un montaje increíble, supuestamente de amanecida luego de festejar el aniversario del Callao, cuando en realidad me había quedado hasta la una y media de la mañana. Felizmente el profe Pinto se dio cuenta del engaño porque ésa no era mi ropa. Ni la chompa ni las tabas. Je, hasta ahora la gente me vacila y me grita: “cuando chupes, ponte una ropa más decente, pues”.
¿Te gusta la noche?
--El día, la noche...me gusta la vida, compadre. Me encanta.
¿Probaste alguna droga?
--Jamás en mi vida. Gracias a Dios, ni ninguna de las drogas ni cigarros. Nada de eso.
¿Tomas todos los días?
--No, no seas malo.
¿Eres un borracho?
--No. Borracho es cuando el trago te domina.
¿Cuándo fue la última vez que te metiste una bomba terrible?
--Aaayeeerrrrrr, j,a ja, ja. No, mentira.
¿En realidad quieres volver?
--Sí... Ahorita ahorita, no. Pero sí quiero regresar.


(Recuadro)
Otros temas

¿Has hecho plata con el fútbol?
--Un montón de plata, no. Pero sí me he podido dar algunas comodidades que de no ser por el fútbol tal vez no me las hubiera dado porque en el colegio era una taba.
¿Está asegurado tu futuro?
--Para nada. Por eso quiero un par de buenos contratos antes de retirarme.
¿En qué crees que te equivocaste?
--No me arrepiento de nada porque nunca le hice daño a nadie.
¿Por qué te despediste de la Selección muy joven?
--Creo que en determinado momento hice méritos para llegar y no llegué, y otros que no los habían hecho tanto sí tuvieron su oportunidad.
¿Tienes el sabor amargo de no haber podido llegar más lejos en el fútbol?
--Sí, si lo tengo. Uno siempre quiere llegar más.
¿El mejor gol de tu carrera?
--Se lo hice a Boca, por la Copa en el 89. No sé si es el mejor, pero es el que más recuerdo.
¿Tu mejor partido?
--La final del 90, ante el Boys.
¿Quisieras que tu hijo sea futbolista?
--Lo que él decida, menos drogadicto ni ratero.
¿Quiénes son tus mejores amigos?
--Aunque voy a ser muy injusto, te digo algunos: Balán, Marrou, Agujita Bassa, Ñol, ahora Jayito...¡Páaassu! Una banda de lujo.

HERRAMIENTAS PARA ENTREVISTAR

Por Jaime Bayly

"Primero trato de no agredir al entrevistado, que confíe en mí. Si quieres que él (el personaje de tu entrevista) te cuente los secretos, tienes que ganarte primero su confianza".

"Segundo, trato de que mis preguntas sean claras y simples, que recojan la curiosidad del público. Si pregunto lo que tú en tu casa quisieras preguntar, acerté. Evito que mis preguntas sean discursos interminables, presumidos y agobiantes".

"Y tercero, una vez logrado el clima de intimidad --que es muy propicio para las confesiones--, busco que el diálogo sea más o menos divertido".

martes, 2 de septiembre de 2008

PRÁCTICA N.1 (MARTES): NOTA INFORMATIVA

1. Robson de Souza ‘Robinho’

2. Manchester City lo compró

3. Real Madrid lo vendió

4. La venta fue de 47 millones de dólares

5. El pase fue confirmado por Ramón Calderón, presidente del Real Madrid

6. Firmó por cuatro años. Ganará 8.7 millones de dólares por año

7. El Chelsea también lo quería

8. Tiene 24 años

9. No estuvo en Beijing

10. "El Real Madrid C.F ha decidido finalmente esta noche traspasar a su jugador Robson da Souza Robinho al Manchester City", informó el club en un comunicado en su página de internet.

11. "Acordamos vender al jugador por razones humanas, razones futbolísticas y por una importante cantidad de dinero", dijo Ramón Calderón al canal de televisión español VEO.

12. El Real Madrid no pudo fichar a Cristiano Ronaldo ni a David Villa.

13. Robinho había declarado en reiteradas ocasiones que quería ser vendido del Madrid.

14. Mark Hugues, técnico del Manchester City, ha dicho: "Estoy absolutamente encantado de tener la oportunidad de trabajar con alguien de tanto talento como Robinho".

jueves, 28 de agosto de 2008

(CRÓNICA) CORRE GIGGHIA, CORRE

Alcides Edgardo Barreiro, Alcides Edgardo Bentancor, Alcides Edgardo Caraballo, Alcides Edgardo Chans, Alcides Edgardo Di Ciocco... En Uruguay la guía telefónica está llena de personas llamadas Alcides Edgardo en honor a Alcides Edgardo Ghiggia, el campeón del mundo, cuya hazaña no hay uruguayo -ni brasileño- que no conozca.

Quizás por eso la noticia golpeó tan fuerte. “Ghiggia remató medallas de su glorioso pasado deportivo”, tituló el diario La República el 5 de junio.


“Ghiggia –decía la crónica- debió desprenderse de varios recuerdos que atesoraba de su glorioso pasado deportivo y remató varias medallas para lograr ingresos que le permitieran solucionar problemas impostergables...”.


La medalla más valiosa fue rematada en 1.600 dólares y la compró un integrante de la empresa Tenfield, propiedad del polémico Paco Casal, magnate del fútbol, representante de la inmensa mayoría de los jugadores uruguayos de hoy y de los derechos de televisión de todas las actividades de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Era la medalla que Ghiggia había ganado por la hazaña de Maracaná.


Rio de Janeiro, 1950
Ocurrió el 16 de julio. Ese día Brasil y Uruguay jugaban la final de la Copa del Mundo en el estadio de Maracaná, especialmente construido para la ocasión y con 200.000 personas en sus tribunas. Brasil había organizado el Mundial para ser por primera vez campeón del mundo. Y estaba a punto de conseguirlo.

La selección brasileña había ganado sus dos partidos anteriores por goleadas históricas: 6 a 1 a España y 7 a 1 a Suecia. Era la prueba de que aquel equipo era invencible. Uruguay, el otro finalista, apenas había derrotado 3 a 2 a los suecos y con los españoles tan sólo había empatado 1 a 1. La consagración de Brasil como campeón mundial era un hecho y el partido contra los uruguayos un mero trámite.

Pero las cosas no salieron como el mundo entero esperaba y el principal responsable fue Ghiggia.

Los brasileños lo conocían poco. Sabían todo sobre Obdulio Varela, el veterano capitán uruguayo, de temple legendario. Pero Ghiggia era joven, nuevo en la selección, recién hacía un año que era titular en Peñarol. Cuando llegó a Brasil para jugar la Copa del Mundo todavía era un don nadie en el mundo de fútbol. Pero ya en el primer partido de Uruguay hizo un gol. Y en el segundo hizo otro. Y en el tercero otro. Todavía hoy aparece en las estadísticas de la FIFA como uno de los dos únicos futbolistas que hicieron goles en todos los partidos que disputaron en un Mundial.

El cuarto partido de Ghiggia en aquella Copa del Mundo fue la final contra Brasil.

Las Piedras, 2002
Las Piedras queda a 40 kilómetros de Montevideo. Es una pequeña ciudad rodeada de granjas y viñedos, de oficinistas y obreros que se levantan temprano para ir a trabajar a la capital. Una ciudad de gente humilde. Allí vive Ghiggia desde hace tres o cuatro años, cuando dejó Montevideo.

Todos lo conocen. Dicen que para encontrarlo hay que preguntar en el último puesto de la feria, al lado de las vías del tren.


La feria de Las Piedras es el refugio de los desempleados. Algunos montan allí su puestito para ganarse la vida vendiendo baratijas. Otros van allí a gastarse sus pocos pesos.


A lo largo de dos cuadras, se venden los productos más baratos: ropa made in China, zapatillas de marcas falsas, sospechosos whiskys fabricados en Brasil, refrescos de contrabando. El último puesto, que vende ropa de bebé barata, es atendido por una mujer joven. Es la esposa del viejo campeón.


Rio de Janeiro, 1950
Ghiggia era el puntero derecho. En el vestuario, antes de pisar el césped de Maracaná, el técnico y sus compañeros se pusieron de acuerdo en pasarle la mayor cantidad de pelotas, con envíos largos, porque su velocidad era la carta de triunfo de Uruguay. “Cuando se previeron los movimientos colectivos, hubo acuerdo en que el partido estaba por la derecha, ahí recaería el juego. (Ghiggia) se hallaba en su esplendor físico y técnico y era sabido por todos que no temía a Dios ni al diablo”, relata Franklin Morales en su libro Maracaná, los laberintos del carácter, la investigación más completa sobre lo que ocurrió aquel día.

El primer tiempo terminó cero a cero y, apenas un minuto después de iniciada la segunda parte, llegó el gol de Brasil. Todos esperaban que llegara otro gol brasileño y otro y otro y otro, pero entonces apareció Ghiggia.


En el minuto 65, Obdulio le pasó la pelota. El puntero dejó atrás a Bigode, su marcador, y enfiló hacia el área brasileña. Al llegar, mandó con precisión la pelota al medio, para Alberto Schiaffino, que pateó y empató el partido.


La igualdad todavía hacía campeón del mundo a Brasil. Pero 13 minutos después, Ghiggia volvió a escapar con la pelota, en una electrizante corrida que duró apenas seis segundos pero, más de medio siglo después, no hay amante del fútbol que no la conozca.


Desde entonces, todos los 16 de julio las radios uruguayas vuelven a emitir el relato de aquella jugada, la más mítica de la historia de la Copa del Mundo.


“Defiende Tejera. Vuelve para Danilo. Danilo perdió con Julio Pérez, que entregó inmediatamente en dirección de Míguez. Míguez devolvió a Julio Pérez que está luchando con Jair, todavía dentro del campo uruguayo. Dio para Ghiggia. Ghiggia devuelve a Julio Pérez que da en profundidad al puntero derecho. ¡Corre Ghiggia! ¡Corre Ghiggia! ¡Se aproxima al arco de Brasil y tira! ¡Gol! ¡Gol de Uruguay! ¡Ghiggia! Segundo gol de Uruguay. Dos a uno, gana Uruguay...”


Montevideo, 2002
El anuncio de que Ghiggia había rematado su medalla de Maracaná desató una tormenta en Montevideo.

En pocos días, el diario El País, el más influyente y de mayor circulación en Uruguay, editorializó dos veces al respecto. Dijo que la noticia de la subasta “estremeció a todos los uruguayos y les llegó a las fibras más íntimas” y llamó a todos a contribuir para solucionar “la difícil situación económica por la que atraviesa Ghiggia”.


No todos estuvieron de acuerdo y la polémica se extendió. En el semanario Búsqueda un lector dijo que Ghiggia no merecía ayuda: “la venta es un insulto, es una cuestión de ética, esas cosas no se venden”.


Pese a todo, la noticia fue manejada con pudor por la prensa. A diferencia de lo que habría pasado en la vecina Argentina, ningún medio ahondó en cuáles eran las miserias económicas que motivaban el gesto desesperado, ni se publicaron detalles de la vida privada de Ghiggia, de la que el público poco conoce. La mayoría, en cambio, cargó las tintas contra el Estado y el pueblo en general por no saber retribuir a su gran campeón.


“Nunca el pueblo y el país le dio el apoyo material que debería haber tenido por ser una verdadera leyenda”, escribió un empresario que anunció que estaba dispuesto a comprar la medalla para devolvérsela a Ghiggia.


Fueron tantos los reclamos de una mayor ayuda oficial a Ghiggia, que el viceministro de Educación y Cultura detalló en la televisión todo lo que Uruguay le ha dado a los campeones de Maracaná.


Mientras, la noticia daba la vuelta al mundo. El mismo 5 de junio Folha de Sao Paulo informó del remate en su página de internet. Y el Corriere Della Sera tituló en su edición del 9 de junio: “Ghiggia è in miseria. Ha venduto tutto per poter sopravvivere”.

“Hoy, en su país, no ha encontrado quien lo ayude y se ha visto obligado a ‘empeñar la gloria’ para comer. ¿Dónde murió la solidaridad?”, escribió el periodista italiano.

Roma, 1953
Ghiggia fue rico. Nació en 1926 en una familia de clase media, en la época dorada del Uruguay, y vivió una infancia sin privaciones.

De adolescente jugó al básquetbol, pero luego se hizo futbolista y en 1948 llegó a Peñarol: al año siguiente ya se consagró campeón uruguayo con la camiseta amarilla y negra, la más popular del país. Su excepcional habilidad y velocidad lo llevaron muy rápido a la selección nacional. Luego del triunfo de Maracaná, volvió a Peñarol y en 1951 ganó otra vez el Campeonato Uruguayo. Ya entonces cobraba muy buen dinero.

“En Peñarol yo ganaba 800 pesos por mes. Y eso era plata, eh, mire que yo salía con otro muchacho y nos íbamos de garufa con diez pesos, y éramos unos reyes. Creo que el peso estaba a la par del dólar”, relató Ghiggia en una de las pocas y raras entrevistas que ha concedido en Uruguay en los últimos años.
En 1953 dejó Peñarol para ir a jugar a la Roma de Italia. En aquella época, muy pocos futbolistas sudamericanos eran contratados en Europa. Pero Ghiggia -después de Maracaná- era una figura de prestigio mundial.
Su contratación marcó un antes y un después en la historia del club italiano. En la página de internet de la Roma (http://asrsupporter.tifonet.it), el periodista Franco Dominici cuenta cómo fue la llegada de Ghiggia a Italia. Un telegrama confirmó la transferencia desde Peñarol en momentos en que el presidente del club, Renato Sacerdoti, dirigía una asamblea de fanáticos. Cuando alguien le alcanzó el telegrama, interrumpió la conversación y pidió silencio. Cuando todos callaron, hizo el anuncio solemne: “hace pocas horas se ha concretado la contratación de un famoso campeón del mundo: ¡Alcide Ghiggia!”. La asamblea estalló en un atronador aplauso.
El 13 de julio de 1953 la hinchada de la Roma lo estaba esperando en el aeropuerto. Existía tal expectativa, que al otro día 55.000 tifossi fueron a verlo debutar en un partido amistoso contra el club inglés Charlton. Todavía no había firmado contrato, pero no pudo negarse a jugar.
Permaneció nueve años en Italia: ocho temporadas con la Roma –con el que ganó una copa europea- y una en el Milan –con el que fue campeón italiano. Por sus actuaciones, y aprovechando su origen, fue convocado a defender a la selección nacional. Económicamente, allí ganó mejor que en Peñarol. “Allá ganaba más”, relató en la misma entrevista. “En dos años hice doce millones de liras. No sé cuanto era, pero sé que me favorecía”.

Las Piedras, 2002
“Lo dramático de este hombre es que no tiene donde vivir, ¡con todo lo que ganó en su vida!”, dice su esposa, mientras nos lleva a la casa donde viven.
Hace dos años que están casados y seis que viven juntos. Hoy ella tiene 30 años y Ghiggia, aunque aparente menos, ya cumplió 75. Se conocieron en una academia de choferes de Las Piedras, donde hasta hace no mucho el héroe de Maracaná daba clases de conducir.
Cuando se le pregunta a Ghiggia cómo un hombre de su edad conquista a una mujer de 30, sólo sonríe.
Es una pequeña vivienda, alquilada. Adentro, cinco chicas jóvenes –estudiantes de cine- rodean a Ghiggia y le explican que quieren hacer una película sobre su vida. El campeón asiente.
Los muebles son baratos, pero todo está limpio y ordenado. Hay teléfono, heladera y un estéreo demasiado grande para lo reducido del lugar. Sobre la chimenea no hay fotos familiares: no hay imágenes de los dos hijos de Ghiggia ni de sus cuatro nietos. En cambio, hay un gigantesco retrato de él mismo, de la época en que era campeón del mundo, y una decena de plaquetas y pequeños trofeos que en todos los casos repiten dos palabras: Ghiggia y Maracaná.
Ghiggia no viste prendas de marcas italianas como los futbolistas uruguayos de hoy, pero no está mal vestido. Su ropa no será cara, pero es nueva, está limpia y bien planchada, y los colores combinan.
Físicamente, Ghiggia se mantiene impecable. Dice que todas las tardes sale a trotar por las tranquilas calles de Las Piedras. Hasta no hace tanto, todavía jugaba al fútbol de salón. Y se tiñe el pelo para que se lo vea tan negro como aquellos años, cuando jugaba en Roma.

Roma, 1953
“Fueron años de muy buena vida, en una ciudad preciosa, que me gustaba mucho, tanto la parte antigua como la nueva y la vi crecer. También fueron años de vida más notoria, menos privada, menos íntima, con el asedio de los paparazzi, ¿sabés?, siempre arriba tuyo, v siguiéndote día y noche, pero sobre todo de noche, claro. Salías a medianoche y la tropa de paparazzi iba atrás tuyo. Y una vida también llena de tentaciones, brava, muy brava, bravísima”.
Así resumió Ghiggia sus casi diez años en Italia en una breve biografía que, en el 50 aniversario de Maracaná, editó el diario El País en forma de librillo. Allí contó que en Roma tuvo tres Alfa Romeo: primero una coupé Superligera, después una convertible, después una Julieta. Que iba al boxeo. Que en el Palacio de los Deportes vio a Cassius Clay coronarse campeón olímpico. Que iba mucho a Cinecitá. Que conoció a Ana Magnani, a Gina Lollobrígida...

No le gusta contar mucho más que eso. Si uno le pregunta por su vida romana, Ghiggia da respuestas breves y cambia de tema. En cambio, la historia de la Roma escrita por Franco Dominici le dedica muchas líneas a Ghiggia.


“Jugaba bien, era brillante, gustaba a la gente, pero no podía incidir de un modo decisivo. Tenía la majestuosidad natural de un campeón del mundo; se enamoró locamente de Roma, creyó que podría conquistarla con su dribbling; vivía días sin renuncias; días de larguísimas tardes, de horizontes lejanos, de infinitos espacios a conquistar.


Le gustaba ser el centro de la atención.


Inauguró un bar en la calle del Tritone y la plaza Barberini, comenzó una serie de inversiones equivocadas (...) Dejó la Roma después de ocho temporadas, 201 partidos y diez goles, pocos en verdad. ¿Alcide había decepcionado? Absolutamente no: que no era un cañonero se sabía, que era un refinado inspirador de juego lo confirmó también en la Roma. Pero había habido momentos difíciles, debido sobretodo a sinsabores de carácter familiar y a gruesas complicaciones en la actividad que había emprendido. Alcides, en suma, no era un sabio administrador de sí mismo, y no sabía tampoco escoger los consejeros, los amigos, los colaboradores. En Roma fue amado, devino muy popular pero no ciertamente rico. Al contrario”.


Montevideo, 1963
Ghiggia volvió a Uruguay en 1963. Para ese entonces todos los campeones de Maracaná ya se habían retirado, todos menos él.

Sus excepcionales condiciones técnicas y físicas le permitieron seguir jugando hasta bien pasados los 40 años.


Franklin Morales dice que nunca volvió a ver un jugador de físico tan privilegiado. “Tenía las piernas muy altas, el tórax chico, era como un tentempié, era casi imposible de tirar, nunca caía. Su zancada era larguísima, era un galgo. Tenía, además, un coraje a toda prueba. Cuanto más le pegaban, más se agrandaba. Nunca volvió a haber un puntero como él”.


Ghiggia actuó en la primera división del fútbol uruguayo –en los clubes Danubio y Sud América- hasta el fin de 1968. Cuando se retiró faltaban apenas siete días para que cumpliera 42 años.


Al dejar el fútbol, Ghiggia tenía dos casas: una en El Pinar –un balneario- y otra en Montevideo. Pero no suficiente dinero como para no tener que trabajar. Los días de gloria habían terminado.


Como explicó el viceministro de Educación y Cultura cuando se supo del remate de la medalla, el Estado hizo con Ghiggia lo que ya había hecho con sus compañeros: le otorgó un empleo público, en los casinos municipales, donde el campeón trabajó hasta 1990, cuando se jubiló. También le concedió lo que en Uruguay se llama “pensión graciable”: una especie de subvención mensual que el Parlamento da a ciudadanos que la merecen especialmente. Hoy, entre la pensión y la jubilación, Ghiggia cobra unos 15.000 pesos por mes que, tras la devaluación que sufrió Uruguay en agosto, equivalen a 535 dólares. Es bastante más de lo que gana la mayoría de los uruguayos.


Ghiggia nunca ha dejado de tener esos dos ingresos, pero aun así ha tenido que vender sus cosas. Primero la casa en El Pinar. Después la casa en Montevideo. Después la medalla de Maracaná.


Las Piedras, 2002
“Este hombre es un infierno con el dinero”, dice su esposa. La joven explica que ahora ella lo obliga a administrarse mejor. “Con los 6.000 dólares que cobró por el libro, le hice comprarse un auto, porque sino la plata se le va...”.

Autos y mujeres son dos pasiones que lo han acompañado siempre.


“Los autos siempre me gustaron”, dijo en su biografía. Y quienes lo han conocido dicen que el campeón siempre tuvo una gran debilidad por las mujeres.

Era jugador de Peñarol cuando se compró su primer coche, un Ford Prefect, que después cambió por un Ford B 8 y después por un Pontiac, que era el que tenía cuando conoció a su primera esposa en la rambla de Montevideo.

Con ella se casó en 1952 y juntos fueron a Italia. Un periodista del diario Il Mattino recordó la impresión que causó la belleza de la esposa de Ghiggia al descender del avión (“una stupefacente moglie creola”).

Luego vino la etapa de los Alfa Romeo y algunos problemas.

Ghiggia fue acusado de haber seducido en un auto a una menor de edad y, aunque terminó absuelto, tuvo que rendir cuentas ante la justicia italiana. Ghiggia ha dicho que se trató de una burda maniobra para sacarle plata.

Al volver a Montevideo se divorció. Sus dos hijos –que no se quedaron a vivir en Italia como creen muchos uruguayos- nacieron de ese primer y trunco matrimonio. Pero no quieren hablar de su padre. Su hija, dueña de una clínica de belleza, rechazó tajantemente la idea de una entrevista. Dijo que ella y su hermano y su madre nunca hablaron con la prensa y jamás lo harán y, muy molesta, cortó el teléfono.

Ghiggia se volvió a casar y enviudó en 1992. En el 96, en un coche-escuela, comenzó a darle clases de conducción a una jovencita. Los dos dicen que se gustaron y decidieron vivir juntos. Después se casaron. Y ella le aconsejó volver a comprarse un auto. Usado, claro.

Rio de Janeiro, 1950
En los últimos minutos del Mundial del 50, Ghiggia enloqueció a los brasileños, ante el silencio de un Maracaná que ya presentía la tragedia.

“Bauer atrasa para Juvenal. ¡Pelota para Ghiggia! Recibe en la punta derecha. Camina lentamente. No tiene ninguna prisa. Está ahora aquietando el juego. Viene Bigode. Danza Ghiggia sobre el cuero. Para acá, para allá. Continúa la pelota en los pies del puntero del Uruguay. Eludió a Bigode y entregó a Julio Pérez, que devuelve a Ghiggia...”

Cuenta Morales en su libro que el técnico uruguayo, desesperado, tuvo que pedirle que por favor no atacara más, que ayudara a sus compañeros en la defensa. Dicen que el entrenador dijo:

-Este loco quiere hacer el tercero.

Cuando terminó el partido, Obdulio fue a buscarlo y lo levantó en andas. El periodista Antonio Pippo, autor de una biografía del capitán uruguayo, cuenta que, pese a su proverbial parquedad, Obdulio le dijo dos veces:

-Si no era por Ghiggia ese partido no lo ganábamos nunca.

También Schiaffino, el más exquisito de aquellos campeones, afirmó lo mismo en una entrevista que hace un año le hizo el diario El Observador.

-¿Cuál fue la diferencia entre ustedes y los brasileños?
-Ghiggia. Jugó brillante. Su juego fue imponente. ¡Ah, fue una cosa increíble! Se comió a todos los que lo marcaban... Ghiggia era chiquito pero duro, y cómo corría...

Sin duda, los brasileños han sido más justos en reconocer su enorme mérito que los uruguayos, que siempre creyeron que aquel triunfo tuvo más que ver con la “garra charrúa” que con jugar bien al fútbol (y así nos ha ido).

Los brasileños, en cambio, con dolor aprendieron la lección correcta.

Ghiggia cuenta que la última vez que visitó Brasil, en el 2001, su pasaporte fue controlado por una joven, de unos 25 años. La muchacha vio su nombre y se quedó muda durante diez eternos segundos. Después le preguntó:

-¿Usted es Ghiggia?
-Sí.
-¿El de la final de 1950?
-Fue hace mucho tiempo...
-Sí, pero a nosotros todavía nos duele en el corazón.

Las Piedras, 2002
Hoy Brasil es el campeón del mundo. Pentacampeón. La esposa de Ghiggia lleva a las estudiantes de cine a conocer los lugares donde filmarán la película. Ghiggia se sienta en uno de los sillones y advierte que él las entrevistas las cobra.

- A los periodistas de Montevideo no les doy entrevistas porque no quieren pagar. Dicen que no tienen plata, pero a las figuras del extranjero sí les pagan. Además, acá han venido de Argentina, de Brasil, de Perú, de Norteamérica y a todos les cobré.

Es cierto. Un cineasta que hace un par de años llegó para filmarlo como parte de un documental sobre los más grandes futbolistas de toda la historia, le pagó 6.000 dólares.

- Pero no quiero que te pierdas una oportunidad de publicar un artículo en el extranjero. Pero decile a esa gente que Ghiggia siempre cobra.
- ¿Tiene problemas de dinero?
-No, yo no me quejo. Cobro la jubilación del casino y una pensión graciable que nos dio el Estado. Como está hoy el país, uno no puede pretender que le den más.
-¿Siente que los uruguayos ya no valoran lo que usted y sus compañeros hicieron?
-Uruguay se olvidó de Maracaná, sólo se acuerdan los 16 de julio. Pero no me importa. Yo sé lo que hice y lo que dejé de hacer. Con mi país cumplí.

Ghiggia se ríe. Explica que nació antes de tiempo, que si hubiera jugado en Italia en estos años sería millonario. Pero dice que no le molesta, que no extraña la fama ni el dinero, que sólo quiere vivir tranquilo. Lo que sí le molesta es que se metan en su vida personal. Que digan que está en la miseria. Que escriban que tuvo un bar en Italia. Que informen que remató la medalla de Maracaná. “Eso es mentira. El periodista que escribió eso no me llamó. Si me llamaba le muestro que tengo todas las medallas acá”.

(La verdad es que la medalla sí se remató y también la tiene Ghiggia. “Es una historia triste, muy delicada, sobre la que preferimos no hablar”, dijo un funcionario de remates Gomensoro, la firma que realizó la subasta. Pero confirmó dos cosas: que el remate se hizo y que quien compró la medalla se la volvió a dar a Ghiggia. Después de todo, el campeón de Maracaná es él).

Ghiggia prefiere hablar de fútbol, de su carrera, del famoso Peñarol del 49, del gol en la final del 50, de cómo casi no festejó en Maracaná porque se fue rápido a duchar, inconsciente de lo que acababa de protagonizar, de cómo se adaptó al fútbol europeo...

-Jugué hasta los 42 años...¡y pensar que dicen que hacía mala vida! ¡Cómo alguien va a jugar hasta esa edad si hace mala vida!
-Pero sí le gustaban mucho las mujeres.
-¡Y a quién no le gustan las mujeres! Yo no era mujeriego, pero uno era joven, se vestía bien...

Las jóvenes aspirantes a directoras de cine están de vuelta. Ghiggia las recibe con una sonrisa y un chiste. Dice que acaba de cobrarle 1.000 dólares al periodista y que ahora es el turno de ellas.

La entrevista termina. Ghiggia nos acompaña a la vereda. La última pregunta es para saber por qué no fue al entierro de Julio Pérez, otro de los campeones, fallecido apenas unos días atrás. “Estuve en el velorio, pero los entierros no me gustan”, dice. No puede saber que una semana después se irá otro de los “leones de Maracaná”, Eusebio Tejera.

Mientras se despide, pasa una chica del barrio y Ghiggia le hace una broma. Luego vuelve a su casa. Para entrar tiene que subir una pequeña escalera. Lo hace con ágiles saltos, casi corriendo, como queriendo demostrar que sigue siendo aquel puntero imposible de alcanzar.

Entra. En el pequeño living está el gran retrato de cuando era campeón del mundo.


Publicado por Leonardo Haberkorn en la revista colombiana Gatopardo, en 2002.